El Síndrome de los Muebles Inquietos

Todos los comienzos son difíciles, pero yo… yo soy cubana, y si empezar desde cero fuera un súper poder, seguramente fuera el nuestro.

Cuando era pequeña mis padres padecían el «síndrome de los muebles inquietos”. Recuerdo mis primeros años como un éxodo intermitente de un extremo a otro de la isla. De Las Tunas (provincia natal) a Santiago de Cuba, de Santiago a Matanzas, de Matanzas a Santiago, y así otro par de veces más, sin contar las mudanzas dentro de la misma provincia. Lo mismo que las tribus nómadas migraban en busca de tierras más fértiles, mis padres partían en pos de nuevas metas, de mejores condiciones de vida, de oportunidades para crecer y que nosotros creciéramos.

Así me fui curtiendo, acostumbrando a que mi camino divergiera y se ramificara de formas caprichosas alejándome de aquellos lugares y personas donde comenzaba a echar raíces. Apenas comenzaba a adaptarme a unos nuevos compañeros de clase cuando debía despedirme de ellos para irme a otra escuela que quedara más cerca de casa, o a ese centro donde supuestamente estudiaba la “élite”, o a la Universidad.

En algún momento padecí la soledad de ser siempre “la nueva”, la náusea de lo desconocido, de sentirme ajena. Nunca fui excesivamente sociable, ni con don de gentes para ir cultivando afectos en cada esquina, pero de alguna forma aprendí a ver los nuevos comienzos como algo positivo, como formas de resetear mi vida a la casilla cero.

Hoy, casi 20 años después de la última mudanza familiar, soy yo, depositaria del legado familiar, quien empuja al éxodo a la familia que he construido. Dejamos atrás nuestra isla en busca de futuros más amables y, después de casi 16 mudanzas, me he establecido en México. ¿Será mi destino final? Confieso que me gustaría.

Por el momento, estoy aprendiendo a comer tortillas de maíz y pollo con mole. Me gano la vida traduciendo y testeando videojuegos, ejerzo la maternidad de la mejor forma que sé y aspiro a llenar mi blog de entradas porque, entre tanta productividad tóxica, me había olvidado lo bien que se siente hacer algo solo porque sí.