Madre, me asustan tus pétalos mustios,
Tu mano vulnerable, y ese temblor, madre,
Ese temblor que vi ayer en tu labio triste.
Me asusta tu soledad, tu camino
Intransitable, introspectivo, irreversible.
Me asusta desbocarme sobre tu espejo,
Me asusta tu futuro que pende sobre el mío,
Ojos llenos de fantasmas, mente nebulosa.
Madre, has sido mi cayado en tiempos grises,
Has sido puerto sabio, guarida, pilar, armonía
De mi realidad descompuesta en soledades.
Has sido la mujer orquesta de mi vida, madre,
Has sido brújula, pedal, freno, enciclopedia.
Y no puedo ser yo para ti un sillón de mimbre
Donde balancear sin temor tus años cansados.
No puedo tomar tu mano y decirte: “¡Mira!,
Has elegido un camino que no existe”.
No puedo espantar de una maldición
A los cuervos que anidan negros en tus sienes,
Que inventan falsas afrentas, sucias mentiras,
Para mitigar el pánico de tus desencantos.
Ojala pudiera ayudarte a desandar tu laberinto,
Poner de nuevo la luz en tu conciencia.
Pero no puedo, nadie puede, y tengo miedo.
Me asusta que un día te vayas sin dejar de estar.
Me asusta saber que cada día te pierdo un poco,
Que forcejeo con tu realidad, que ya no es mía,
Y que te pierdo, un centímetro hoy, otro mañana.
Qué será de mí, madre, cuando te vayas de tus ojos,
Cuando abandones tu sonrisa, tu espacio en el salón
Y seas solo hueso y carne, un títere maltratado por la vida.
Pingback: Madre – El Blog (o algo)