Gramaticalma

Odio las condicionales condicionantes. Odio los «cuando se pueda», odio la hipocresía tibia del «si se puede», del «un día lo haremos». Pero más que nada, odio los «y si…»

Hay toda una flora exótica de «y sis» bajo nuestra piel, dispuestos a la erupción de un «al carajo». ¿Y si lo beso? Deliciosa incertidumbre que aletea bajo el rasero del buen juicio, se asoma, se esconde, impaciente, temerosa de que nunca llegue ese momento de clarividencia en el que mandes todo al carajo y la conviertas en un perfecto pretérito imperfecto. ¿Y si me atrevo?

Hay también toda una fauna famélica, fatídica, de «y sis» trocados ya en pasados perfectos e irreversibles. Mutantes, tristes como los tres tigres del trigal, que migran a su galaxia. Allí, detrás de esa fluctuación en el espacio-tiempo, hay otro mundo en el que se reúnen los «y sis» resignados, arrastrando sus definitivos puntos finales, convertidos en paliduchos subjuntivos. Si le hubiera hablado a tiempo… Ay, ¡si lo hubiera intentado otra vez! Subjuntivos que van sedimentándose, decantados por el calendario que nunca se detiene, hasta convertirse apenas en un rescoldo de odio.

A veces siento ganas de destazar de un golpe la cañería por la que se despeñan esos sueños, como aguas albañales, cuántas eñes, qué ñoñería. Pero…¿será que no se puede? Que la encrucijada entre lo que es y lo que pudo ser, es como una hidra, a la que siempre le saldrá otra cabeza. Y si lo beso…¿y no resulta? ¿Cuál será entonces el pasado más perfecto? ¿Será que es la vida como dos espejos, uno frente al otro, reflejando mutuamente infinitas posibilidades de meter una vez más la pata? O de arrepentirse de no haberla metido. O de arrepentirse de no tener arrepentimientos.

¿Quién me entiende? Solo soy un sujeto sin muchos complementos que, a veces, no está de acuerdo con su verbo.

Deja una respuesta